“Mi historia con el alcohol no tiene un gran quiebre, pero sí muchas pequeñas alertas. Brindar era parte de todo: celebrar, olvidar, conectar. Pero por mucho tiempo, no me pregunté por qué lo hacía, ni cómo me hacía sentir después. Me tomó años entender que brindar con conciencia no es dejar de tomar, sino empezar a elegir. Y desde ahí, todo cambió”.

“Nunca fui de tomar mucho. Pero crecí viendo cómo el alcohol decidía cosas que nadie decía en voz alta. Las peleas que empezaban con un brindis. Las risas que escondían heridas. Las ausencias que se volvían costumbre. Con el tiempo, entendí que no se trata de dejar de brindar. Se trata de recordar por qué brindamos, y con quién. Porque hay tragos que duelen. Y otros que abren caminos”.

“Durante años, el alcohol fue mi compañero fiel en cada encuentro social. Desde muy joven, me seducía con la promesa de hacerme olvidar el dolor, de escapar de lo que no quería enfrentar. Y yo, sin saberlo, le abría la puerta una y otra vez. Pero con el tiempo llegó la madurez, y con ella, el equilibrio. Aprendí que no necesito esconderme detrás de una copa para disfrutar de la vida, ni para celebrar los momentos importantes. Hoy no soy presa de su encanto: soy yo quien decide. A veces lo invito a la mesa como parte de una conversación tranquila, y otras veces simplemente le explico al mundo que ya no lo necesito para sentir cada celebración. Porque ahora entiendo que la verdadera alegría nace desde adentro, y no se sirve en un vaso.»